miércoles, 9 de junio de 2010

FE PUESTA A PRUEBA


FE PUESTA A PRUEBA


“Y el rey habló con ellos, y no fueron hallados entre todos ellos otros como Daniel, Ananías, Misael y Azarías”. (Daniel 1:19)

Si existen dos historias de la Biblia que me inspiren de manera tremenda, son la historia de Daniel en el foso de los leones y la de los tres jóvenes hebreos en el horno de fuego. En ambos casos sonaba la alarma de emergencia, eran sus vidas las que estaban en juego. En ambos casos se les acusaba por su fuerte convicción y apasionamiento por Dios que no los hacían ceder ante la presión del rey y sus súbditos.

En el momento en que humanamente ellos debieron sentir temor, no permitieron que ese temor los paralizara y mucho menos les hiciera claudicar en su fe. Ellos sin percatarse, convirtieron lo que había negativo a su alrededor; a su favor, para que Dios produjera dos grandes milagros ante la multitud que los miraba. Ellos no sabían lo qué sucedería, pero no temieron por su futuro, porque creyeron en la omnipotencia y omnisciencia del Dios al cual le servían. Ellos pusieron el nombre de Dios de tal forma que sus historias siguen cautivándonos e inspirándonos.

Hay momentos en que debemos permitir que el poder de Dios se manifieste y que los demás puedan ver su gloria a través de nuestras vidas. ¿Cuántas veces muchos se han preguntado cómo ella o él pueden? La respuesta en clara y sencilla, todo lo podemos en Cristo porque él es quien nos fortalece. Creo que cuando estos jóvenes estaban pasando por estas pruebas, mucha gente pensaba que cómo era posible que se mantuvieran tan firmes aún al precio de sus vidas. Pero lo que esa gente no sabía era el poder del Dios al cual ellos le servían.

En ellos había un espíritu superior, sus vidas puestas en Dios daban testimonio de la excelencia y sabiduría que había en ellos. Ellos no temieron hablar la palabra, decir que servían a Dios y que no se postrarían ante la estatua, ni mucho menos obedecerían esa orden. Estos jóvenes que fueron llevados al cautiverio dieron cátedra de lo que era conocer a Dios y tener sus vidas cimentadas en él. Por tanto enfrentaron la intimidación, aguantaron la calumnia y las burlas. En el caso de Daniel no dejo de orar las tres veces ni se oculto para que nadie lo viera. Aunque fueron perseguidos no abandonaron su fe ni lo que habían aprendido antes de salir al cautiverio.

La Iglesia del Señor no puede dejarse amedrentar ni en tiempos de crisis, ni aunque un ejército se levante contre ella. Me gusta la respuesta de los jóvenes hebreos: “NO ES NECESARIO QUE RESPONDAMOS SOBRE ESTE ASUNTO. He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado”. (Daniel 3:16-18) Señores, ¡qué firmeza de carácter percibimos en estas palabras! Y nosotros no podemos ser creyentes circunstanciales. Movidos como hojas por el viento de las circunstancias o de los sentimientos. En el caso de Daniel, observemos lo que hizo cuando el edicto del rey Darío fue firmado: “Cuando Daniel supo que el edicto había sido firmado, entró en su casa, y abiertas las ventanas de su cámara que daban hacia Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día, y oraba y daba gracias delante de su Dios, como lo solía hacer antes”. (Daniel 6:10).

Creo que algo que le ayudo a estos jóvenes es que cuando fueron llevados al cautiverio, desde el principio dispusieron en sus corazones, NO CONTAMINARSE. No se dejaron influenciar por lo que hacían los demás y Dios les mostró su respaldo poniéndolos en gracia, sobresaliendo entre el montón de personas y defendiéndolos. Pero algo que quiero hacerles notar es que ante la presión que ellos tuvieron, cuando confesaron y mantuvieron su postura, más presión aún hubo sobre ellos. En el caso de los tres jóvenes hebreos, Nabucodonosor mandó a calentar el horno 7 veces más de lo acostumbrado. En el caso de Daniel aquellos que procuraban su muerte y su mal, deseaban ver como esos leones se lo comían. Más quedaron en vergüenza, el plan se les cayó. Porque fue tal la fidelidad y el amor que ellos tuvieron hacia Dios, que si Dios hacia el milagro o no, ellos como quiera sabían que su amor por Dios era más profundo que cualquier cosa de este mundo. Pero nuestro Dios es tan maravilloso, que al ver esa convicción, amor y fidelidad, los recompensó, los enalteció y obró dos milagros, para que toda aquella multitud entendiera que estos jóvenes si estaban sirviendo a un Dios vivo y real.

Y creo que eso es lo que más me conmueve y abruma de estas dos historias, ese amor incircunstancial de ellos hacia Dios. Porque cada uno de nosotros tenemos que amar y servirle a Dios por amor, no por lo que nos da o no nos da. Cuántas personas existen que se enojan con Dios, o dejan de creer en él porque él no ha obrado como ellos esperan. Sin embargo el amor de Dios por nosotros en ningún momento varia ni nos abandona. Y al igual que estos 4 jovenes: Daniel, Ananías, Misael y Azarías, cada uno de nosotros debemos procurar ser.

Termino diciendo lo que decía una canción: “yo te alabo porque tú eres Dios y no por todas esas cosas que me das”. Y le añado yo, y también te sigo alabando aunque no reciba lo que espero, porque tú sabes lo que es mejor para mí. Señor: TE AMO Y EN TUS MANOS ESTÁN MIS TIEMPOS.

Autora: Brendaliz Avilés

Escrito Para:
www.brendalizaviles.com
www.devocionaldiario.com
www.destellodesugloria.org

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