SOLTANDO MANOS
Pero aunque
yo intenté sujetar esas manos con fuerza, ellas se soltaron de mí de forma
natural. No se aferraron a las mías,
porque pertenecían a las de alguien más. Y qué podía hacer yo, si ese corazón y esas
manos no querían aferrarse a mí. Yo no
podía anteponer mis deseos egoístamente, tan solo porque yo era quien más le
amaba. El amor no puede ser un mendigo
que recorre las calles suplicando pan y misericordia. Y el hecho de yo amarle no me daba el derecho
de ser correspondida. Porque para amar
se requiere de dos personas, dos almas, dos corazones, dos vidas. Ejercer presión, intentar obligar, de nada
sirve. No se puede intentar ajustar una
pieza a algo que no le pertenece. Tampoco
podía intentar actuar de esa forma en que crees por momentos que si te aferras
a ese amor, eres persistente y sigues intentando estar para esa persona,
entonces como respuesta, esa persona abrirá su corazón para ti. ¡No es tan fácil a veces el amor! Tiene sus curvas, sus pliegues, sus detalles,
sus barrancos, sus finales tristes. El
amor tiene su fragilidad, sus puntos vulnerables, sus días de querer huir,
aislarse, desaparecer y marchitarse. No existe píldora ni fórmula mágica para
curar el desamor. Por eso, ese momento
en que soltaste mi mano para tomar la de la persona que realmente amabas, lo
guardé en mi corazón como una triste pero valiosa memoria. Esa noche, me permití dolorosa pero
calmadamente decirte adiós para siempre y esperar a que llegaran unas manos que
sí quisieran sujetar las mías.
Autora: Brendaliz
Avilés
Escrito el
7 de noviembre de 2014.