Relato: Un
Amor Consciente...
Sofía le
preguntó a Derek: ¿Amarías este cuerpo con todas sus cicatrices? Y mi alma,
¿podrías amarla aunque ahora se encuentre llena de grietas? Esta piel maltratada por el paso de los años
en que te esperaba y no llegabas, ¿podrías acariciarla con sutileza? ¿Serías paciente, tierno y delicado aun en
mis momentos de rabietas o en aquellos episodios en los que me siento
totalmente perdida como una niña y corro fatigada intentado escapar de mí misma? ¿Seguirías sujetando mis manos, aun cuando
haya momentos en que tal vez yo deje de sujetar las tuyas por confusiones o
miedos? ¿Podrías caminar a mi lado
cuando sienta que me falten las fuerzas para seguir adelante luchando?
Entonces
Derek la miró con ojos llenos de amor.
Tomó su mano y la colocó justo en el pecho de aquella mujer imperfecta
que tanto amaba. Ella no era la más
bonita, ni la más inteligente y encima de eso, tenía un carácter a veces tempestuoso,
pero él había aprendido a amarla más allá de sus faltas y carencias. Ella era la mujer que lo llenaba, la que lo
arrebataba por completo con sus besos y ternura. La que enloquecida le hacía sentir las
emociones más contradictorias pero a la vez plenas y bonitas. La que aún si el no tuviera nada, lo hacía
sentir repleto, colmado extasiado al punto de sentir que flotaba.
Aquella mujer
a la que en esos momentos observaba tan claramente. A la que podía notarle algunas líneas de
expresión cuando sonreía o lloraba. Esa
que no tenía del todo sus manos delicadas con una pedicura. La que intentaba siempre estar arreglada para
él, pero a veces igual se le despeinaba su cabellera o se le corría el
maquillaje. Aquella que cuando comía,
era natural y no fingía estar a dieta.
Esa que a veces lo miraba fijamente queriéndole entregar todo y otras
veces bajaba su mirada temiendo que él cambiara sus sentimientos hacia ella. Derek la podía ver tan claramente y aun así
sentía admiración y respeto, sabiendo que en su vida tenía una joya demasiado
preciada.
Aunque para
el resto de las personas Sofía tan solo era una más. Para él aquella mujer era la fuente de su
alegría, el motivo por el cual seguía luchando cuando la vida era difícil y le
daba golpes bajos. Por eso el no sentía
temor, sino que una calma, certidumbre y certeza, de que Sofía era la mujer de
su vida. Esa niña, mujer coqueta, traviesa, hambrienta de comerse la vida con
sus ganas. Esa cursi soñadora y a veces
melancólica dama que gustaba de mirar por la noche la luna y las
estrellas. Ella era algo más que un
instante, pero un instante a su lado se convertía en la vida entera. Entonces, reflexivo, silencioso, con el
corazón inundado de un sentimiento de sinceridad, la abrazó fuerte. Luego con ternura beso sus manos y su frente
y en ese momento se prometió a él mismo que estaría junto a Sofía todo el
tiempo que le quedara de vida. Que
acariciaría su corazón y que a cada pregunta que esa noche desde su alma Sofía
le había hecho, él más que contestarle o prometerle, trataría de demostrarle y
comprobarle con sus actos y sus hechos cuánto él realmente la amaba.
Esa noche no
hubo necesidad de que Derek y Sofía hablaran.
Aquel silencio, aquellas miradas, eran más sinceras que mil palabras o
gestos, porque en ellas estaba envuelta la desnudez de sus corazones. Porque ellos eran de esos seres que pueden
entregarse en complicidad con el alma. Y
en la pureza de sus sentimientos no había máscaras porque con el corazón
abierto ese amor era puro, sanador, milagroso.
Autora:
Brendaliz Avilés
Escrito Para: www.brendalizaviles.com