Relato: El
tiempo que pasa
Él no sujetó su mano cuando ella corrió,
simplemente la dejó escapar. No se aferró
ni al sentimiento ni a la razón de saber que la amaba. La dejó ir por miedo, temor a que nada
funcionara, miedo a luchar y de todas maneras perder. Y así dejó pasar los días, las semanas, los
meses y los años. Dejando el tiempo
pasar, sin percatarse de lo que hacía. A
veces en las noches, vivía con sus recuerdos, memorias preciosas y preciadas
que ahora se convertían en un cruel verdugo que le hacía sentir una
soledad fría y cruel.
¡Estaba sediento! ¡Tenía sed! Sed de sentir el amor que solo ella le brindaba. Extrañaba ese abrazo cálido que lo hacía sentir seguro y en casa. Él simplemente se arrepentía de haber renunciado sin luchar. Meditaba en que si tan solo tuviera una nueva oportunidad, esta vez sería valiente. En esta ocasión se aferraría al amor con todas sus fuerzas y corazón. Esta vez no soltaría la mano de ella fácilmente. Así que decidió despertar del largo sueño en el cual había invernado. Corrió hacia aquel lugar, la casa a donde la había dejado ir sin correr tras ella.
Y cuando presuroso se disponía a acercarse, se dio cuenta que había esperado mucho y que era demasiado tarde. Aquellas preciosas y tiernas manos que siempre le habían dado la sensación de calor y que lo habían sujetado tantas veces, ahora sostenían las manos de otro hombre que feliz las sujetaba. Aquel extraño para él, la observaba con ojos llenos de brillo. Su mirada traspasaba y decía tanto, salían destellos de amor, respeto, admiración, de la alegría del que sabe que ha recibido un increíble regalo. Él la llevaba del brazo con orgullo del que sabe que tiene en sus manos un bello y valioso tesoro.
Se quedó fijamente admirando aquel cuadro hermoso, que ni la pintura más exquisita podría describir. Aque cuadro que le desgarraba el alma y le hacía sentir su corazón irremediablemente hecho pedazos. ¡Caricia parecía lucir tan feliz, aún en la lejanía el podía sentir el suspiro que salía de ella! Ella se veía tan hermosa vestida con aquel traje delicado y largo, color azul turquesa. Esa mujer que desde lejos contemplaba y que una vez lo había amado con todo el corazón, se veía tan exquisita, frágil y hermosa. A sus ojos parecía la flor más hermosa de cualquier jardín.
Derramó lágrimas al sentirse tan lejos y apartado de aquella escena. Una escena en la que él ya no era ni sería el protagonista. Sollozó al ver desde lejos aquellos ojos grandes, delicados y saltones que irradiaban alegría. Ambos tomados de la mano entraban a la paz de su hogar. Aunque él estaba a distancia, pudo apreciar el anillo que indicaba que Caricia estaba casada. Ahora solo le pertenecía a aquel hombre que la había sabido valorar. A aquel valiente que no había soltado la mano de su amada, sin importar lo difícil que fueran los tiempos a veces.
Apesadumbradamente se dio la vuelta, observó por un rato sus manos vacías y frías y se percató de que hay momentos en la vida en los que no se puede esperar demasiado para actuar. En que a veces hay ciertas cosas para las cuales si dejas pasar el tiempo, no hay segundas oportunidades porque el tiempo pasa y la vida es muy breve. Que si esperas demasiado, otro puede tomar el lugar que dejaste vacío y que cuando abras los ojos o despiertes del sueño, definitivamente ya nada será igual.
Ahora le costaba poner freno a la tristeza y la sensación de soledad y vacío que había en su corazón. Pero había comprendido con esta lección amarga que si dejas que el agua se estanque, no podrá correr. Y mientras se retiró de aquel lugar y vagaba por las calles de la ciudad que silenciosa presenciaba lo que había sucedido, pensó para sus adentros que la próxima vez, si el amor volvía a tocar las puertas de su corazón, sería valiente al amar. Porque para amar hay que tener valor y coraje.
Autora: Brendaliz Avilés
Escrito Para: www.brendalizaviles.com
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