sábado, 27 de junio de 2009

LAS CONSOLACIONES DE JEHOVÁ TRAEN FELICIDAD


Las Consolaciones de Jehová traen Felicidad


…”Bienaventurado el hombre a quien tú, JAH, corriges, y en tu ley lo instruyes. Para hacerle descansar en los días de aflicción, en tanto que para el impío se cava el hoyo. Porque no abandonará Jehová a su pueblo, ni desamparará su heredad. Sino que el juicio será vuelto a la justicia, y en pos de ella irán todos los rectos de corazón. ¿Quién se levantará por mí contra los malignos? ¿Quién estará por mí contra los que hacen iniquidad? Si no me ayudara Jehová, pronto moraría mi alma en el silencio. Cuando yo decía: Mi pie resbala, tu misericordia, oh Jehová, me sustentaba”.
En la multitud de mis pensamientos dentro de mí, tus consolaciones alegraban mi alma. Mas Jehová me ha sido por refugio, y mi Dios por roca de mi confianza.”(Salmos 94:12-19 y 22)

Creo que todos los seres humanos hemos tenido que pasar por momentos de aflicción. Algunos en mayor proporción que otros, pero todos hemos sentido el peso de la angustia. Las palabras escritas en este salmo describen lo que es tener la confianza y la esperanza puesta en Dios, el autor de la vida. Dan aliento y confortan el alma sedienta de esa paz que solo Dios puede darnos ante situaciones que nos parecen desesperantes. Porque cuando surgen en nuestras vidas situaciones y eventos que nos agobian, entristecen o preocupan, es tan gratificante poder recordar que nuestro Padre amante no nos abandona. Y si no nos abandona, es porque permanece siempre ahí, al lado nuestro.

El proceso en el que recibimos instrucción de parte de Dios puede ser algo confuso para nosotros como seres humanos, pero es necesario que aprendamos. Una de las etapas en las que necesitamos aprender a depender de Dios y a crecer en su gracia es precisamente, a través del silencio. El silencio es bueno, pero a veces demasiado silencio consume y agota. Un ejemplo de esto que digo lo podemos ver en una de las oraciones que expresa el salmista cuando expresa: “que si Jehová no lo ayudara su alma moriría en silencio”. A veces cuando permanecemos en ese silencio por largo tiempo nos deprimimos. Tal vez porque una de las características que más describen al ser humano es que fue diseñado por Dios para socializar, para estar en contacto con Él y con las personas.

Cuando experimentamos ese lapso de silencios, nos parece de momento que no lo vamos a poder soportar más, que vamos a resbalar, que nadie nos auxiliará. Clamamos desesperados a Dios que por favor rompa el silencio o que por lo menos nos de la fortaleza que necesitamos para soportar y salir victoriosos de ese proceso de aprendizaje.

Pero ahora quiero compartir con ustedes mis queridos lectores, mi parte favorita de ese salmo: “en la multitud de mis pensamientos dentro de mí, tus consolaciones alegraban mi alma”. Es que me impresiona esa comunión hermosa que tenía el salmista con su Creador. Porque mira que pensar puede llegar a ser agotador. Cuando nuestra mente no cesa de especular o deliberar. Cuando surgen preguntas para las cuales no encontramos respuestas. Cuando meditamos en aquellas cosas que hemos tenido que enfrentar en la vida, cuando se acumulan los pequeños detalles molestos de nuestra vida cotidiana, las cosas que quisiéramos mejorar o resolver. Cuando nos molestan aquellas palabras que recibimos de alguien que nos lastimó o cuando nosotros hacemos un mal empleo de nuestras palabras y lastimamos a otros. Cuando esperamos respuestas, contestaciones a nuestras oraciones y tal pareciera que nada va a pasar. Cuando de momento nuestra mente se convierte en un gran campo de batalla, es consolador y reconfortarte llegar a esta parte donde dice que las consolaciones no de cualquiera, sino de Dios alegran nuestras almas.

Cuando por un momento te olvidas de lo que esta pasando alrededor de tu vida y te concentras en aquellas promesas que un día recibiste de Dios. Cuando en su palabra encuentras que el dijo: “en el mundo tendréis aflicciones, pero confiad yo he vencido al mundo”. Cuando recordamos que Dios dijo: “clama a mí y yo te responderé y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces”. Cuando imaginamos lo supremamente maravilloso que será un día ver a nuestro Dios cara a cara. Poder tocarlo, besarlo, abrazarlo, rendirnos a sus pies. Cuando recordamos aquel momento en el que Dios nos mostró que nos amaba de manera especial e inigualable. Cuando viene a tu mente aquel episodio donde pensaste que no podías más y vino la ayuda ansiada que esperabas milagrosamente. Entonces vuelves a recordar todas esas promesas y lo que es mejor aún, consideras lo real que Dios ha sido en tu vida. Entonces comienzas a sentir esa paz que sobrepasa todo entendimiento; llega esa fe que parecía que ya no existía y comienza a crecer cual grano de mostaza. De pronto tus lágrimas se secan y tu semblante comienza a cambiar de un rostro triste a un rostro feliz. No puedes evitar sonreír porque sabes que lo has conocido y por que has acabado de recordar lo real y potente que ha sido Dios contigo. Comienza a surgir una nueva canción en tu corazón que muchas veces tu boca comienza a entonar. Y te sientes libre porque sabes que cuando le alabas se va el mal tiempo. Porque sigues comprobando lo que sabías desde el principio, pero que por un momento olvidaste o quisiste pasar por alto… Que Dios es tu refugio y tu roca fuerte. Que ante su poder tenemos que rendirnos y ser amantes de su amor. ¡Y qué cosa más extraordinaria, regocijarnos en su presencia y deleitarnos entonces en sus consolaciones y promesas!

Hoy te invito a que te reconfortes recordando las promesas de Dios a tu vida y lo fiel que siempre ha sido contigo.

Autora: Brendaliz Avilés
Escrito el 27 de junio de 2009.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Escribe tu comentario

Yo sé que me responderás

 ¡Dios mío alzo mis ojos a los cielos!  Solo a ti que eres el único que tiene misericordia de mí y puede ayudarme. A ti que ves aún en lo se...