La Rosa de Jean Carlos
“Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”. (San Mateo 25:40)
Ya han pasado alrededor de cuatro años o más, sin embargo tengo tan presente este recuerdo tan grato en mi mente, que deseo compartirlo con todos ustedes. Jean Carlos en aquel tiempo tendría unos 4 ó 5 años. Es un niño que perteneció a nuestra congregación y es muy inteligente, simpático, expresivo, alegre y conversador, entre tantas cualidades que tiene. ¿Puedes imaginarte la hermosa sonrisa de este niño y la mirada tan traviesa de sus ojos? Una mañana de domingo me levanté triste, preocupada, cansada y cargada. En aquel entonces daba clases a un grupo de juveniles de mi congregación y pensaba: “¡Dios mío, cómo voy a hacer, dame las fuerzas y la energía! Llegué a mi congregación y me arrodillé a platicar con Dios. No recuerdo por qué me sentía así, tampoco recuerdo exactamente que le dije a Dios aquel día mientras oraba. Pero si le dije a Dios que sabía que él me amaba y que necesitaba sentir esa mañana su amor por mí. Lo que pasó más adelante lo puedo recordar muy bien.
Nos mandaron a pasar a todos los maestros al frente para cantar nuestro himno tema. Y de repente veo que Jean Carlos y sus padres entraron por una de las puertas de la Iglesia. Jean Carlos tenía en sus manos una hermosa y grande rosa roja en material de felpa o del que hacen los peluches. Con la flor en mano ese niño vino directamente hacia donde mí, mientras todavía los maestros permanecíamos al frente. Él me mostró su gran sonrisa, abrió sus brazos, me miró con sus ojitos traviesos y me dijo: “Brendaliz esto es para ti”. La ternura y el amor que sentí en mi corazón es algo que no puedo describir. El gozo que trajo a mi vida este detalle aún me hace sonreír cuando recuerdo ese episodio. Luego sus padres me contaron que Jean Carlos había ido a una tienda, que había visto la flor y les había dicho que la compraran porque esa rosa era para Brendaliz. Dios es tan exacto y detallista que la rosa que ese niño me regaló fue de mi color favorito: (mis preferidas son las rosas rojas). Aún tengo en mi cuarto esa rosa en material de peluche. Es hermosa, pero más hermoso aún el gesto de ese niño que Dios utilizó para recordarme cuánto me amaba y lo especial que era para él. Cada vez que la miro recuerdo el amor infinito de Dios hacia mí y como el utiliza a sus hijos para hacer sentir su maravilloso e inigualable amor y gracia.
Ahora bien, traigo esta experiencia personal, porque me he quedado pensando que Dios dijo en su palabra que cuando uno hace un bien a cualquiera de sus pequeñitos, es como si se lo estuviera haciendo a Él. La esencia de Dios es puro amor. Dios desea que nosotros amemos a los demás con la intensidad que él nos ama a nosotros. Él desea que tengamos con nuestro prójimo la misma misericordia que él tiene para con nosotros continuamente. Estoy segura de que cuando hacemos sonreír a una persona, Dios también sonríe. Es tanta la importancia que él le da a que mantengamos buenas relaciones interpersonales que desde el principio, cuando muestra sus mandamientos dice que tenemos que amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
En la Biblia hay muchos pasajes que sustentan y reafirman lo importante que es para Dios este punto. Observemos los siguientes pasajes y meditemos en ellos: “El que a vosotros recibe, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió. Y cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa”. (San Mateo 10:40-42). “Cualquiera que haga tropezar a uno de estos pequeñitos que creen en mí, mejor le fuera si se le atase una piedra de molino al cuello, y se le arrojase en el mar”. (San Marcos 9:42). “Dijo Jesús a sus discípulos: Imposible es que no vengan tropiezos; mas ¡ay de aquel por quien vienen! Mejor le fuera que se le atase al cuello una piedra de molino y se le arrojase al mar, que hacer tropezar a uno de estos pequeñitos”. (San Lucas 17:1-2).
Es por esta razón que hoy te invito a hacer un bien a alguien cercano o lejano a ti. Esa persona puede estar necesitando una visitación de Dios y al instrumento que Dios quiere utilizar para mostrarle su amor es precisamente a ti. A veces pensamos que tenemos que hacer grandes cosas, que necesitamos de mucho dinero o de mucha palabra para hacer las cosas, pero en verdad solo lo que necesitamos es disposición, creatividad, tener un corazón receptivo a la voz de Dios y obedecer. Aquella flor que me regaló aquel niño no costó más de $5.00 dólares, pero lo que no tiene precio para mí es el gesto, porque fue sanador e invaluable ese detalle. Por siempre permanecerá en mi mente y en mi corazón ese hermoso recuerdo. Dios desea que traigas alegría a la vida de una personal. No pases por este mundo sin que los demás puedan percibir que eres un recipiente usado por Dios para bendecir y ministrar a las vidas. Concluyo con estos versículos que nunca debemos olvidar: “Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis. (San Mateo 25:34-40).
Autora: Brendaliz Avilés
Escrito Para: http://escritosdelsilencio.blogspot.com/, www.devocionaldiario.com y
www.destellodesugloria.org
“Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”. (San Mateo 25:40)
Ya han pasado alrededor de cuatro años o más, sin embargo tengo tan presente este recuerdo tan grato en mi mente, que deseo compartirlo con todos ustedes. Jean Carlos en aquel tiempo tendría unos 4 ó 5 años. Es un niño que perteneció a nuestra congregación y es muy inteligente, simpático, expresivo, alegre y conversador, entre tantas cualidades que tiene. ¿Puedes imaginarte la hermosa sonrisa de este niño y la mirada tan traviesa de sus ojos? Una mañana de domingo me levanté triste, preocupada, cansada y cargada. En aquel entonces daba clases a un grupo de juveniles de mi congregación y pensaba: “¡Dios mío, cómo voy a hacer, dame las fuerzas y la energía! Llegué a mi congregación y me arrodillé a platicar con Dios. No recuerdo por qué me sentía así, tampoco recuerdo exactamente que le dije a Dios aquel día mientras oraba. Pero si le dije a Dios que sabía que él me amaba y que necesitaba sentir esa mañana su amor por mí. Lo que pasó más adelante lo puedo recordar muy bien.
Nos mandaron a pasar a todos los maestros al frente para cantar nuestro himno tema. Y de repente veo que Jean Carlos y sus padres entraron por una de las puertas de la Iglesia. Jean Carlos tenía en sus manos una hermosa y grande rosa roja en material de felpa o del que hacen los peluches. Con la flor en mano ese niño vino directamente hacia donde mí, mientras todavía los maestros permanecíamos al frente. Él me mostró su gran sonrisa, abrió sus brazos, me miró con sus ojitos traviesos y me dijo: “Brendaliz esto es para ti”. La ternura y el amor que sentí en mi corazón es algo que no puedo describir. El gozo que trajo a mi vida este detalle aún me hace sonreír cuando recuerdo ese episodio. Luego sus padres me contaron que Jean Carlos había ido a una tienda, que había visto la flor y les había dicho que la compraran porque esa rosa era para Brendaliz. Dios es tan exacto y detallista que la rosa que ese niño me regaló fue de mi color favorito: (mis preferidas son las rosas rojas). Aún tengo en mi cuarto esa rosa en material de peluche. Es hermosa, pero más hermoso aún el gesto de ese niño que Dios utilizó para recordarme cuánto me amaba y lo especial que era para él. Cada vez que la miro recuerdo el amor infinito de Dios hacia mí y como el utiliza a sus hijos para hacer sentir su maravilloso e inigualable amor y gracia.
Ahora bien, traigo esta experiencia personal, porque me he quedado pensando que Dios dijo en su palabra que cuando uno hace un bien a cualquiera de sus pequeñitos, es como si se lo estuviera haciendo a Él. La esencia de Dios es puro amor. Dios desea que nosotros amemos a los demás con la intensidad que él nos ama a nosotros. Él desea que tengamos con nuestro prójimo la misma misericordia que él tiene para con nosotros continuamente. Estoy segura de que cuando hacemos sonreír a una persona, Dios también sonríe. Es tanta la importancia que él le da a que mantengamos buenas relaciones interpersonales que desde el principio, cuando muestra sus mandamientos dice que tenemos que amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
En la Biblia hay muchos pasajes que sustentan y reafirman lo importante que es para Dios este punto. Observemos los siguientes pasajes y meditemos en ellos: “El que a vosotros recibe, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió. Y cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa”. (San Mateo 10:40-42). “Cualquiera que haga tropezar a uno de estos pequeñitos que creen en mí, mejor le fuera si se le atase una piedra de molino al cuello, y se le arrojase en el mar”. (San Marcos 9:42). “Dijo Jesús a sus discípulos: Imposible es que no vengan tropiezos; mas ¡ay de aquel por quien vienen! Mejor le fuera que se le atase al cuello una piedra de molino y se le arrojase al mar, que hacer tropezar a uno de estos pequeñitos”. (San Lucas 17:1-2).
Es por esta razón que hoy te invito a hacer un bien a alguien cercano o lejano a ti. Esa persona puede estar necesitando una visitación de Dios y al instrumento que Dios quiere utilizar para mostrarle su amor es precisamente a ti. A veces pensamos que tenemos que hacer grandes cosas, que necesitamos de mucho dinero o de mucha palabra para hacer las cosas, pero en verdad solo lo que necesitamos es disposición, creatividad, tener un corazón receptivo a la voz de Dios y obedecer. Aquella flor que me regaló aquel niño no costó más de $5.00 dólares, pero lo que no tiene precio para mí es el gesto, porque fue sanador e invaluable ese detalle. Por siempre permanecerá en mi mente y en mi corazón ese hermoso recuerdo. Dios desea que traigas alegría a la vida de una personal. No pases por este mundo sin que los demás puedan percibir que eres un recipiente usado por Dios para bendecir y ministrar a las vidas. Concluyo con estos versículos que nunca debemos olvidar: “Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis. (San Mateo 25:34-40).
Autora: Brendaliz Avilés
Escrito Para: http://escritosdelsilencio.blogspot.com/, www.devocionaldiario.com y
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